La pandemia desde la perspectiva de la esperanza y la humanidad.
Dr. Fabián Romano
Junio de 2021
Frente a tantas adversidades y contratiempo en los que hoy vivimos, nos seguimos preguntamos de qué modo terminará “toda esta historia”.
Pandemias han existido a lo largo de todos los tiempos, pero nunca nos imaginamos que en la era de los adelantos tecnológicos con los cuales contamos en el siglo XXI, la ciencia como nunca pueda verse de modo vulnerable. La muestra está en que a pesar de los esfuerzos realizados por tantos y tantos científicos y personas de bien, aún no se ha podido controlar totalmente la expansión y mucho menos limitar las consecuencias de un virus que pareciera insignificante.
Me refiero al virus de ese modo peyorativo porque, como todo microorganismo de esa especie es susceptible y destruido con el lavado de manos y el contacto con el alcohol; es tan torpe que se cae al metro y medio de haberse expulsado con la aerosolización de la saliva; aunque es tan, pero tan traicionero que nos ataca de manera imprevista, y con consecuencias desconocidas...
Ante tanto desconcierto e incertidumbre, se torna necesario buscar un faro y no perder la esperanza.
Mientras tanto, la medicina y todos los que ejercemos nuestra profesión o trabajo dentro del ámbito de la salud, buscamos desesperados contener, curar y controlar a nuestros pacientes, que demandan atención justificada. A la par que ellos se encuentran muchas de las veces frente a un personal agotado y cansado por tanta carga y angustia.
Nos encontramos entonces frente a un imperativo, donde surge como consecuencia que más que atención necesitamos dar contención, cuidar más que curar, escuchar más que hablar.
Nuestros pacientes solicitan a gritos un abrazo y una caricia que demuestre que más allá de nuestro trabajo profesional, sientan que nos encontramos frente a una persona, y que además está infectada.
Aquí nos damos cuenta que no podemos separar al Ser Humano de la enfermedad, sino que, tal como lo demuestra la antropología, la persona se constituye como una unidad sustancial. Su cuerpo siente y su mente y su espíritu padece.
Porque la persona no es sólo un cuerpo a reparar, sino que en ella se gestan dimensiones más profundas y enraizadas con lo humano. En medio de la vorágine que generó esta pandemia pareciera haberse puesto el acento en el “objeto de estudio” más que en el “sujeto de atención”.
Cuando afirmamos que es preciso humanizar el acto clínico, no nos estamos refiriendo a tener un trato cordial y simpático con nuestros pacientes. Lo amable es sólo un modo de
expresión visible, lo profundo es el trato verdaderamente humano, aunque de todos modos, no se concibe el uno sin el otro.
Despojar de humanidad cualquier acto médico es reducirlo a un estado de reparación de un aparato. Y la Persona no responde de la misma manera frente a un mismo estímulo.
El único ser que es capaz de transmitir emociones es justamente el Ser Humano, la Persona.
La poesía, la música, el color, la emoción es algo que una máquina nunca será capaz de entregar, ni mucho menos transmitir.
El cerebro humano está dotado de tanta plasticidad que es capaz de incorporar el sentimiento, para que todas sus ejecuciones estén impregnadas de pasión, de amor, de ternura, sentimientos que no se pueden medir como se hace en un laboratorio de análisis clínicos con la glucemia y el colesterol...
Frente a todo esto, no perdamos la esperanza. No perdamos la Fe, no perdamos la oportunidad de escuchar más que nunca la vos de Dios en nuestro interior.
No perdamos la oportunidad de sabernos amados por El. Nunca. Y tampoco nos dejemos anestesiar con tanta frialdad que parece reinar en estos tiempos.
Mientras permanezcamos atentos a los que están en nuestro alrededor, mientras sigamos luchando y construyendo un mundo que necesita de cada uno de nosotros a la vez que “nos contagiemos” el don de gente, seremos gentiles, amables, atentos al otro, pero por sobre todo, seremos Humanos.
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