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Familia y pandemia. Desafíos y posibilidades








Familia y pandemia. Desafíos y posibilidades

Dra. Zelmira Bottini de Rey

Valores - Academia del Plata

Revista VALORES - N° 7

13 de diciembre de 2020


A modo de introducción. La familia y sus paradojas desde antes de la pandemia. Los estudios siguen mostrando que la familia es el valor más importante para los ciudadanos. Su lugar destacado queda en evidencia en los resultados de la Encuesta Mundial de Valores 2010 – 2014, que muestra que es el tema que más interesa a la población de los 60 países entrevistados: 91% considera que es “muy importante”. Un porcentaje bastante mayor al arrojado en los demás temas evaluados: trabajo (61.7%), religión (49.8%), amigos (46.3%), tiempo libre (36.3%) y política (14.9%). (http://www.worldvaluessurvey.org). No es novedad escuchar que la familia está en crisis. La disminución del número de casamientos tanto civiles como religiosos; el aumento de los divorcios; los problemas vinculares; la mayor frecuencia de realidades familiares que no responden a la de padre y madre e hijos biológicos representa una clara muestra de la afirmación inicial. La sociedad funcional en la que vivimos, debate sobre la identidad y la misión de la familia y su función va quedando reducida al ámbito privado y al mero aporte de afecto. El gran desafío de los que acompañamos familias es que a partir de su realidad, logren el mayor bienestar integral de sus miembros. 2020 un año distinto. Entre fines del año 2019 e inicio del 2020, comenzaron a correr los rumores de la aparición de una enfermedad producida por un virus de la familia de los coronavirus. Los primeros reportes la ubicaron en China y otros países de Asia y rápidamente se extendió a Europa. La difusión masiva y en tiempo record del virus, llevó a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo, calificara como pandemia a la enfermedad denominada COVID-19. Los estudiosos de la historia, saben de las muchas pandemias que ha tenido que afrontar la humanidad. La crónica más antigua es la relatada en el siglo IV a.C. por Tucídides en su obra “La guerra del Peloponeso”. En el libro de las Epidemias de los Tratados Hipocráticos, siglo IV A.C, ya se enuncian las tres prácticas a seguir frente a una pandemia: cuarentena, medidas higiénicas y distanciamiento social. La Argentina no escapó a la enfermedad, y el 20 de marzo el Poder Ejecutivo declaró la cuarentena y puso en práctica las medidas correspondientes. A partir de entonces, la familia vive el confinamiento, lo que ha producido un fuerte impacto con múltiples efectos en el sistema familiar. Repetición de vocablos A partir de esta situación comenzaron a instalarse una serie de vocablos que hoy resultan de uso cotidiano: cuarentena, confinamiento, cuidado, nueva normalidad, vulnerabilidad, incertidumbre, burbujas, etc. Me permito realizar una reflexión sobre dos de ellos en relación a la familia: cuidado y vulnerabilidad. Aparecieron muchos slogans en los que cuidar queda reducido a la prevención de riesgos. Sin negar esta interpretación, parece importante considerar el alcance y significado que tiene cuidar personas y la diferencia que tiene con cuidar cosas. Las cosas se estudian, se usan, se compran, se venden y su cuidado responde a distintos motivos, por ejemplo, a que son útiles; producen gratificación; suscitan recuerdos, etc. Y otra característica es que con el cuidado, se busca que permanezcan lo más inalteradas posible en el tiempo; que no se modifiquen. En contraposición a una cosa, a la persona se la descubre, acepta, respeta, valida, en definitiva se le reconoce su dignidad. Se busca que se modifique, es decir que realice el proceso de crecimiento, desarrollo y maduración integral de manera armónica. Es la familia la cuna del cuidado ya que es en su seno donde el individuo realiza el proceso de personalización a partir del cuidado personalizado. Los miembros de la familia, especialmente los padres, expresan el cuidado o el descuido, cotidianamente, a través de acciones, actitudes, gestos y palabras que como se sabe conllevan un componente afectivo que resulta imprescindible para ser efectivos. Dado que la familia es sujeto de cuidado y por lo tanto generadora de capital social, requiere que el Estado la valore y la tutele reconociendo sus derechos. Otro vocablo repetido es vulnerabilidad y en general aparece asociado a la pobreza y/o situaciones sociales precarias. Parece indicado también en este caso ampliar su interpretación. Es vulnerable, según el diccionario de la RAE, quien puede ser herido o recibir lesión física o moral. Independientemente de su contexto, toda persona por el hecho de ser limitada, contingente y poseer fortalezas y debilidades, puede resultar herida. Pero cuanto mayor sean las fortalezas, menor será la vulnerabilidad. En definitiva, la vulnerabilidad la establece el equilibrio existente entre fortalezas y debilidades. La familia al estar formada por personas, también es vulnerable por lo que resulta capital buscar la manera de fortalecer a la familia. Los estudiosos de la familia han identificado distintos indicadores de fortaleza familiar. Los comunes denominadores son los siguientes: -- Vínculos conyugal, parental, filial y fraternos positivos; - Comunicación y asistencia recíproca; - Expresión de afectos; - Roles claros y definidos; - Capacidad para resolver conflictos; - Respeto por la autonomía de los individuos. Es evidente que no existe una familia que viva estas características al cien por cien, ya que sería una familia perfecta y éstas no existen. Así como es imposible encontrar a una persona perfecta, tampoco es posible encontrar una familia perfecta. Pero toda familia, como toda persona es perfectible y este logro responde a un proceso que se inicia con el conocimiento y aceptación de la realidad y la perseverancia de caminar según los tiempos propios hacia una meta clara. En el caso de la familia estos parámetros de fortaleza pueden servir de guía para su mejorar su funcionalidad. El confinamiento forzado. Una vez más, la familia es el colchón de amortiguamiento de la situación. Esto no es una novedad en nuestro país y me animo a afirmar que tampoco en América Latina. La familia extensa cobra una importancia enorme ante la adversidad y la solidaridad familiar intergeneracional se manifiesta de múltiples maneras. Todos los miembros de la familia proporcionan acompañamiento, si bien éste es distinto según la etapa de la vida que cada uno transita. Es evidente que se apoya de muy distintas maneras: los padres de niños pequeños, tratando de mantener el orden en las cosas y en los tiempos, cultivando sus hábitos, practicando mucho la paciencia…, etc.; los padres de adolescentes, flexibilizando algunas rutinas, reformulando acuerdos con sus hijos, acompañando en el aprendizaje virtual, descubriendo y practicando nuevas formas de interacción y de entretenimiento a través de propuestas creativas… etc.; los hijos, sin importar su edad, haciéndose cargo de tareas cotidianas y sobre todo comportándose de manera más autónoma; los adultos mayores adaptándose a una nueva forma de comunicarse, aprendiendo herramientas tecnológicas, brindando esperanza, redoblando las oraciones por cada miembro de la familia… Lo importante es que todos y cada uno se haya ido adaptando y realizando modificaciones positivas para el sistema familiar. El reemplazo de la educación presencial por la virtual, ha mostrado que la familia y la escuela tienen posibilidades de trabajar en comunión. En los últimos años, el tironeo entre ambas instituciones parecía irreconciliable. Sin embargo, hoy se asiste a un acercamiento que seguramente habrá que profundizar y consolidar. Además, muchos padres han asumido con dedicación el acompañamiento de la educación formal de los hijos y descubierto su riqueza. Experimentar la necesidad del trabajo en equipo y de la corresponsabilidad parental es una experiencia muy significativa y abre a la búsqueda de nuevos acuerdos. . Por otra parte, gran parte de la población está trabajando desde la casa en forma virtual y está viviendo las virtudes y también las dificultades que entraña. Esta experiencia ha permitido objetivar los requerimientos mínimos, tanto personales como familiares y habitacionales, necesarios para sostener armónicamente el “home office”. También en este tópico se ha puesto de manifiesto la necesidad de la elaboración y/o revisión de los acuerdos de corresponsabilidad entre padre y madre ya que resultan la plataforma de lanzamiento para la conciliación familia trabajo. Al trabajar ambos desde la casa, afloran los desequilibrios cuando se prioriza el trabajo de uno versus el del otro. La búsqueda y el logro de la equidad son un proceso y una meta muy difícil de alcanzar. Por decreto, se ha tenido que desacelerar el ritmo frenético que teníamos hasta marzo. Esto nos ha permitido descubrir, entre muchas otras cosas, algunos aspectos de nuestros familiares cercanos (hijos, esposos, padres, hermanos…) que, justamente por la aceleración, no llegábamos a percibir. También nos ha llevado a experimentar la satisfacción de cocinar “rico y sano”; la tranquilidad de tener más ordenadas las cosas; la distinción entre lo superfluo y prescindible de lo importante; el valor de los afectos y la añoranza de los encuentros con familiares y con amigos... Como era de esperar, también se han puesto en evidencia situaciones preexistentes al confinamiento, que la vida previa tan acelerada ayudaba a ignorar o al menos a mantener en cierto equilibrio; la convivencia forzada obligó a algunos a encararlas y definirlas. No puede sorprender que se hayan producido separaciones, divorcios, situaciones violentas. Pero también es preciso tener en cuenta que ha habido acercamientos de miembros de la familia y renovación de vínculos que se consideraban acabados. Durante estos meses signados por la incertidumbre, han emergido muchas emociones y sentimientos en todos los miembros de la familia. El abanico es muy amplio: niños y adolescentes angustiados por el trabajo externo de uno de sus padres o la salud de sus abuelos; padres jóvenes y de edad media desbordados por la convivencia cotidiana o temerosos por la soledad de sus padres; adolescentes enojados por la imposibilidad de socializar con sus pares; abuelos temerosos por sus hijos o tristes por su propio aislamiento…. Todas estas reacciones son muy humanas y de hecho se presentan, pero también hay que tener en claro que es posible cultivar actitudes y sentimientos positivos en cualquier circunstancia de la vida. Quizás ayude recordar que Víctor Frankl, después de haber vivido en un campo de exterminio durante la segunda guerra mundial, expresó en “El hombre en busca de sentido”: La última de las libertades del ser humano es la elección de la propia actitud ante cualquier tipo de circunstancia. Ser protagonista de la propia historia, es una de las mayores grandezas del ser humano Adultos mayores. Ante el COVID-19, fueron ubicados, desde el inicio de la pandemia, en uno de los grupos de mayor riesgo y estuvieron en el centro de los debates y preocupaciones. En muchos casos se actualizó la solidaridad familiar intergeneracional que evidentemente está presente en nuestra cultura. Es reconfortante advertir que se ayude, acompañe, apoye, a los adultos mayores y también que éstos se hagan cargo de mantener el equilibrio, la paciencia, el buen humor y sobre todo de promover la esperanza. Los adultos mayores son los que están en las mejores condiciones para este cometido ya que a lo largo de su vida, han experimentado la adversidad, el desaliento y la incertidumbre, pero también han verificado que siempre vuelve a salir el sol, aun cuando las secuelas puedan ser dolorosas de por vida. La experiencia de vida les otorga la posibilidad de dar aliento, animar y mantener la visión positiva de la vida, porque, como expresa Ingmar Bergman, envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena. También hay que recordar que en este grupo se registró el mayor número de víctimas fatales y que el confinamiento forzado limitó el acompañamiento de los afectados y en muchos casos aconteció la muerte sin despedidas. Esta situación produce tristeza en los que quedan y dificulta la elaboración del duelo. Esto nos podría llevar también a reflexionar acerca de cuan humano es el carácter de ciertos protocolos que se han instalado en esta pandemia…pero no es esta la oportunidad para esa temática. Por último, el confinamiento asociado a esta pandemia, nos da la oportunidad de reflexionar y ahondar acerca de nuestro trabajo y nuestros afanes, es decir, de qué es lo ocupa nuestro corazón. En definitiva, nos lleva a replantearnos el sentido de nuestra existencia. Poner el foco en el para qué de la pandemia, antes del por qué, quizás nos ayude a profundizar el sentido de nuestra vida. La experiencia impensada y dura que estamos viviendo, antes o después, quedará atrás. Posiblemente haya cosas en nuestra vida familiar que no volverán a ser iguales y otras que se irán reinstalando. Quiera Dios que sigamos apostando por nuestra familia fortaleciendo los vínculos, enriqueciendo la solidaridad intergeneracional, cultivando valores, encarnando virtudes… En definitiva, buscando que cada uno de los miembros se realice en plenitud. Para alcanzar este cometido que puede parecer difícil de alcanzar, el papa Francisco nos ofrece una hoja de ruta segura: la práctica cotidiana de las tres palabras que llevan a la familia hacia adelante: Gracias, Permiso, Perdón Qué importante manifestar no solo con palabras, sino con actitudes y gestos, gracias por lo que cotidianamente aporta cada miembro de la familia: las acciones ordinarias, que a veces consideramos obligación de quien las ejecuta y las extraordinarias que nos sorprenden y endulzan el día a día. También gracias por la maravilla de la existencia de cada miembro de nuestra familia con características tan distintas. Permiso. Este vocablo, asociado a la actitud y al gesto que lo respalda y autentifica, se asocia con el respeto. Ha sido todo un desafío ejercitar el respeto durante la convivencia forzada y prolongada! Respeto tanto de los tiempos personales, como de las características, los afanes; los humores… Respeto de la intimidad, de los espacios, de los silencios, de los sentimientos de todos y de cada uno de los miembros de la familia... Perdón. Qué difícil resulta practicar el perdón y también aceptar el perdón! En el primer caso implica la decisión de realizar el proceso de perdonar y en el segundo aceptar el reconocimiento del error del otro. Cotidianamente nos equivocamos, atropellamos, damos cosas por sentadas, prejuzgamos, etc. etc. Qué maravilla tener presente que es en la familia donde se aprende a cultivar el perdón. El confinamiento obligado por la pandemia ha confirmado al papa Francisco que afirma que la familia construye cinco edificios: escuela, hospital, fábrica, hospicio e Iglesia Doméstica.



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